Cambior de lado – Capítulo 4
Capítulo 4: El enfoque Conversaciones
En el almuerzo acordaron que las primeras horas de esa tarde serían libres y que seguidamente se encontrarían en la cancha. Cada uno hizo tareas diferentes. El maestro se dedicó a hacer unos llamados para confirmar lo que anteriormente él ya había acordado con cada uno de los que serían parte del equipo y llevarían a cabo el plan de entrenamiento.
Primero marcó el número de Diego, él sería preparador físico para todas las tardes. Habló con Paco, con quien el joven haría su entrenamiento en cancha todas las mañanas. Finalmente, llamó a una lista de exjugadores que estaban dentro de su plan. Se lo escuchaba asegurándose que cada día estuviera ya programado.
Juan, el parquero, había decidido encargarse del cerco que bordeaba toda la finca. No por casualidad a esa hora, lo hacía sobre uno de los laterales del parque, el que daba más cerca de la cancha. Al delgado parquero le gustaba aprender y este maestro le despertaba curiosidad. “¿Qué cosas nuevas le enseñaría al pequeño Tomás?”, se había preguntado. Con unas tijeras grandes, buscaba la perfección en sus cortes “¡Es un artista del paisaje!”, escuchó cuando un día Joss le decía a un amigo. Y eso lo llenaba de orgullo.
Hacía treinta minutos que el jugador había llegado a la cancha. Acababa de realizar su serie de estiramientos. Ahora sentado, estaba inmerso en sus pensamientos
—¿Qué estás haciendo Tomás?
La pregunta lo sorprendió.
—¡Mahendra! Esperándolo.
—¿Qué estás haciendo? —repitió— ¿Qué estás haciendo dentro tuyo?
El jugador lo miró esperando entender a qué se refería con esa pregunta. Buscó cómo protegerse con alguna respuesta que ocultara su ignorancia. No sabía a qué se refería el maestro y no estaba acostumbrado a mostrar su vulnerabilidad. Eso en el mundo competitivo era debilidad. Esas defensas se habían convertido en hábito, una costumbre que no solo le permitía estar a salvo, sino que también lo separaba de la vida, de estar en contacto con los demás, de las emociones, del sentirse vivo.
—Nada… solo lo estaba esperando.
—¿Creés que te podría lastimar si me decís en qué conversación estabas?
—¿Conversación?
—Sí, vivimos conversando con nosotros mismos, nos estamos diciendo, explicando cosas todo el tiempo.
—¡Ah! ¿Usted dice pensando?
—Sí, desde el coaching lo llamamos conversación. Y esa conversación es una de las claves, uno de los puntos importantes que buscaste durante tanto tiempo.
—¿Qué tiene que ver mi conversación interna con mi juego?
—Más de lo que te podés imaginar. Contame, ¿qué pensás de tu juego?
—La verdad es que no entiendo qué me pasa Mahendra. Por más que busco y busco las razones, sigo jugando mal, al final nada cambia. Aun habiendo encontrado alguno de los motivos que hacen que las cosas no me salgan, me sigue pasando lo mismo. Siento miedo a que me vuelva a pasar y, finalmente, termina pasándome otra vez.
—Tomás, la respuesta está en donde enfocás tu atención. Ella es lo que hace que algo exista. Eso donde te posás, crece. Pensando en lo que te sucede, creaste el hábito de dar vueltas sobre eso. La dirección de tu mente debe ser hacia lo que querés, y no hacia lo que no querés que ocurra. Claro que es necesario darte cuenta del problema, pero después hay que salir de ahí.
El maestro intuyó por la expresión del parquero que éste entendía el mensaje.
—¿Juan me podés ayudar con un ejemplo?
Dejó las tijeras, se quitó la gorra del abierto de USA que el joven, hacía más de un año le había traído de regalo, y caminó hacia ellos.
—Si seguís pensando en eso —dijo Juan— ocurre algo parecido a estar encajado en el medio del barro y querer salir de ahí patinando y buscando en el mismo barro. Lo que necesitás es mirar hacia aquello que te puede sacar, que no sea el barro. Una soga, una rama, un lugar más firme, inclusive un grito pidiendo ayuda.
La metáfora del parquero sorprendió al maestro.
—¡Qué buen ejemplo, Juan! Lo mismo nos pasa en el juego y en la vida, que es un juego más grande. Queremos salir de una crisis, pero continuamos enfocados en el mismo conflicto que la genera. La atención permanece en lo que no queremos que suceda, y así seguimos en un círculo del que no podemos salir. Aquello en que se fija la atención, crece ¿Qué pensás sobre esto Tomás?
—Entiendo —dijo— Si estoy errando, debo enfocarme en jugar más adentro. Si necesito salir de un juego defensivo, enfocarme en cómo jugar ofensivamente es lo que me va a dar esa posibilidad. ¡Sí, puedo verlo claramente! La atención en el miedo a que me suceda lo mismo lo sigue provocando ¿Cuánto tiempo hace que vengo haciendo lo contrario? ¿Cómo no me di cuenta antes?
—Bien, ahora anotá, primera tarea —dijo el maestro alcanzándole una hoja y lapicera.
Entrenar donde dirigir mi atención, escribió el joven.
—¿Y la segunda tarea?
—No sé Mahendra ¿Cuál es?
—Aprender a diseñar conversaciones internas.
El cielo en su rojo atardecer comenzó a ser el protagonista. Algo pareció susurrarles al oído: ¡Es momento de hacer silencio!
La brisa, como todas las tardes a esa misma hora, tomó su descanso. Juan caminó hacia la cocina. Era hora de ir preparando la cena. El jugador se quedó sentado en uno de los bancos del parque con el papel en su mano. Se sentía bien.
—¿Qué hace Mahendra? —preguntó.
—Me preparo para escribir —dijo el maestro, sentado frente a él, mirando la pantalla de su notebook mientras esperaba que el programa abriera.
—Puedo preguntarle sobre qué escribe.
—¡Sí, claro, Tomás! — respondió, a la vez que sus dedos comenzaron a fluir sobre el teclado
— Escribo sobre mi juego.